El Diccionario Oxford ha declarado un neologismo como palabra de este año que acabamos de terminar, y como nueva incorporación enciclopédica. Se trata de la post-truth o posverdad. Un término cuyo significado “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
La posverdad es una las expresiones últimas de la conocida como postmodernidad, la cultura y pensamiento postmoderno. La cual es concebida, en buena medida, como una crítica a la modernidad, a la ciencia y razón moderna, a sus corrientes de pensamientos o filosofías, ideologías y a las misma religiones. Para la postmodernidad, la razón moderna y sus expresiones han llevado a los totalitarismos y fundamentalismo, con sus violencias e injusticias, que han asolado nuestra época.
Según la postmodernidad, estos meta-relatos y cosmovisiones globales, propios de las religiones, filosofías, ideologías e incluso las mismas ciencias: han llevado a la dominación e imposición; a ocultar el fragmento o las narraciones e historias individuales que es lo que podemos conocer y lo que reivindica esta postmodernidad.
Para la postmodernidad, el conocimiento y la verdad son relativas a las creencias u opiniones de los individuos, son construcciones individuales o culturales e históricas en donde priman la emoción o sentimiento sobre el pensamiento y la razón, la estética sobre la ética, la autosatisfacción sobre la utopía…
La modernidad y los totalitarismos
Ciertamente, en su crítica a la modernidad, la postmodernidad nos muestra aspectos o cuestiones que no podemos pasar por alto. Ya que ciertamente en la modernidad ha surgido totalitarismos, fundamentalismos e injusticias que han producido auténticos monstruos, holocaustos, muerte y destrucción. Nadie puede arrogarse el monopolio de una razón o verdad-purismo total, absoluto que cree que lo otro u otros están en la mentira y la maldad, que son inferiores y están llamados a ser dominado, violentados y destruidos.
Eso crea los totalitarismos, fundamentalismos e integrismos diversos que se han impuestos, con una idolatría del poder, de la ambición y dominación. Ocupando o usurpando el lugar del mismo Dios, se convierten en esos falsos dioses e ídolos que con las ansías de dominio, poder y soberbia exigen el sacrificio y la muerte del débil e inferior, del no puro e intachable.
Ciertamente el moralismo, la ley y norma o deber moral por la misma ley-deber, sin tener en cuenta el sentido y motivaciones o valores de fondo como es el afecto-amor, se vuelve legalismo y fariseísmo violento e impositivo que daña, crea violencia y más injusticia. La utopía y la militancia no pueden ir en contra de los gozos, alegrías y la fiesta que son elementos inherentes a la vida humana.
Una verdad y moral sin corazón, sin contemplar la vida afectiva (emocional o sentimental) y la felicidad, se vuelve fría y ciega, dominadora y violenta. Ahora bien, por dichos aspectos o cuestiones a considerar que nos manifiestan la crítica postmoderna, no se puede caer en el extremismo del otro lado. Con un planteamiento sesgado, unilateral y que acaba en un sectarismo e individualismo, propio de la modernidad que se critica. Ya se saben, los extremismos se tocan.
La razón y el pensamiento son necesarios e imprescindibles, no se puede renunciar a la búsqueda de los llamados trascendentales como son la verdad, el bien y la belleza. El conocimiento y la verdad de lo real, la verdad de la realidad y de la existencia en busca del sentido de la vida, es inherente a la condición humana, evita caer en el nihilismo, en el sin sentido y en la nada. Sin principios, valores e ideales universales, firmes (sólidos y consistentes) no es posible cuidar y proteger al otro, la vida y dignidad de la persona, la libertad y la justicia, la fraternidad, la paz e igualdad.
La bien entendida y propia naturaleza o esencia de lo real, de la realidad humana, social e histórica, con la condición de nuestro ser personal y comunitario: nos remite a esa verdad, bien y belleza; a las notas o dimensiones constitutivas de lo real y de lo humano, que estructuran la realidad global. Tales como la física o corpórea y espiritual, la económica y ética, la social y moral, la política y mística, la histórica y ecológica-cósmica, la afectiva, estética y trascendente.
Como se observa toda esta metafísica con su carácter antropológico, una antropología metafísica e integral, nos manifiestan este sentido de lo real y humano, de la realidad global y trascendente, que indica la verdad real. Lo cual es la base de la filosofía y de las ciencias.
Estos fundamentos metafísicos-antropológicos nos posibilitan el conocimiento o compresión global de lo real y de lo humano, de lo existente (existencia) e histórico, de sus causas y movimiento o dinamismo. Sin lo cual no es posible la ciencia, la filosofía y la ética. Tratan de rechazar tanto el totalitarismo y fundamentalismo, por el propio carácter abierto e histórico, dinámico y trascendente de lo metafísico-real.
Como evitar el hedonismo, relativismo e individualismo con esta implantación y religación a lo real, a la naturaleza o esencia objetiva de la realidad con sus notas y dimensiones estructurales. Tal como se ha estudiado, la ética es la antropología en dinamismo, la realización y praxis del ser humano (persona), con su carácter metafísico en la religación al sentido y trascendencia de la vida, de la existencia, de lo real e histórico.
En este sentido tal como se ha investigado, en los holocaustos e injusticias como los perpetrados contra los esclavos e indígenas o judíos, cuyo símbolo es Auswitch, no sólo se aniquilo físicamente a estos grupos, sino ética y metafísicamente. Ya que se negó y destruyó la naturaleza de ser humano, con su vida y dignidad sagrada e inviolable.
Se les negó su condición de persona con el sentido y valores e ideales que constituyen su realidad como el amor fraterno y la misericordia compasiva, la solidaridad, la justicia, la paz y el perdón. Como se observa, esta fundamentación metafísica-antropológica posibilita una ética humanista, personalista y espiritual. Un humanismo místico e integral que cuida y asegura la centralidad, el sujeto y protagonismo de la persona que está por encima de otras instancias, sistemas e ideologías.
Frente a los totalitarismos e injusticias del capitalismo, del comunismo colectivista-estatalista, del fascismo, del machismo, etc. el mercado y el estado no pueden ir en contra del ser humano; ni la raza, la nación o el sexo pueden justificar una dominación u opresión sobre la persona.
La economía y la política deben servir al ser humano con sus necesidades vitales, posibilitar su desarrollo personal, social, liberador e integral. La persona del trabajador así como todo ser humano, con un trabajo digno y sus necesidades vitales, está por encima del capital y del mercado. El egoísmo e individualismo, como es la riqueza-ser rico debe dejar paso a la pobreza solidaria en la comunión de vida, de bienes y de lucha por la justicia con los pobres de la tierra.
Ya que este ser solidario- fraterno, que es lo que nos da el sentido y la felicidad, está por encima del tener, de la propiedad y del poseer. Hay que hacerse cago (inteligencia-conocimiento), cargar (ética-compasión) y encargarse (praxis transformadora) de la realidad.
El ser de lo real, la existencia y la promoción de la vida realizan la verdad y la ética en la la justicia, en la praxis histórica y liberadora con los pobres, víctimas y crucificados de la historia. Como nos enseña todo lo anterior las ciencias sociales, la filosofía y teología en la fe e iglesia, el humanismo o personalismo liberador y cristiano.